¿Quién necesita a Jesucristo cuando tenemos a Marco Rubio?

FABIOLA SANTIAGO – El Nuevo Herald

El “Salvador Republicano” está de regreso en el juego de la política.

Después de insistir que no volvería a postularse para un cargo público tras su fallida candidatura presidencial, el senador ausente de la Florida cambió de opinión (esperemos que al menos tenga corazón).

Después de todo, se va a postular para ser reelegido, con su máscara de favorito del movimiento Tea Party, a pesar de que esos votantes que él trató de conquistar dejando a un lado a sus propios votantes lo ignoraron y prefirieron a Donald Trump.

La masacre de Orlando lo afectó tanto, dice Rubio, que no le quedó más remedio que regresar al juego de la política.

Ya se sabe, por si acaso tiene que salvarnos de un control sensato de las armas de fuego.

Esas muchedumbres reunidas frente al Capitolio federal gritando “¡Hagan su trabajo!” a los legisladores no significan nada para él. Él es un sirviente de la NRA. Asistió la semana pasada al Senado, pero fue para votar en contra de todas las medidas que se proponían cerrar las lagunas jurídicas en los chequeos de antecedentes y poner el armamento de asalto fuera del alcance de los terroristas domésticos.

Su verdadero talento, como lo estamos viendo una vez más, es salirse de esa cámara legislativa tan frustrante cuando los contribuyentes que financian su sueldo están exigiendo medidas concretas. De ser reelecto, él seguirá logrando lo mismo que ha estado logrando en los últimos cuatro años: nada de nada.

Su única razón de ser como político es amenazar con bloquear la agenda social de los demócratas, pero sin ofrecer nada mejor a cambio. ¿Cómo se atreve nadie a pensar que tienen derecho a atención médica decente y asequible? ¿Cómo se atreven las mujeres a reclamar que tienen derechos reproductivos? ¿Cómo se atreven los inmigrantes a luchar por una oportunidad de conseguir el Sueño Americano, al cual los padres cubanos de Rubio sintieron que tenían todo el derecho?

Ah, la inmigración, el tema que lo hizo subir y que luego lo hizo caer.

En Miami — donde es conocido como Marquito, y no por cariño — la noticia de que Rubio se va a postular de nuevo al Senado no fue recibida con el entusiasmo que él esperaba. Yo diría que debería leerse entre líneas la reacción en los medios sociales de los fieles al Partido Republicano. Pero no hace falta: ellos te dirán francamente la razón por la que apoyan la candidatura de Rubio. Lo hacen para mantener la mayoría republicana en el Senado, no porque crean en los méritos de Rubio. Tener un nombre reconocido da una ventaja instantánea al senador en su primer mandato.

Rubio da a la atiborrada competencia por su escaño del Senado “reconocimiento inmediato”, comentó en Twitter la experta republicana Ana Navarro, miamense nacida en Nicaragua que detesta a Trump y habla horrores de él en público. “Muy competitivo. Marco se postula, buena noticia para el Partido Republicano. Más probabilidades de conservar el escaño”. En Facebook, ella dedicó sus elogios al “gesto elegante” de Carlos López-Cantera, vicegobernador de la Florida y amigo de Rubio, que retiró su candidatura al Senado cuando Rubio presentó la suya.

Rubio llena de vergüenza a los cubanoamericanos cuando dice que eliminará la protección por orden ejecutiva contra la deportación que el presidente Barack Obama confirió a los muchachos DREAMers y a sus padres. Él quiere empezar por cerrar la frontera. Después, él tendrá en cuenta si dará o no a muchachos que han vivido toda su vida en Estados Unidos, que en muchos casos sólo hablan inglés y que se consideran a sí mismos estadounidenses, una vía para conseguir una ciudadanía de segunda.

No da mucho trabajo imaginarlo, de ganar Trump, ayudándolo a construir el famoso muro.

Rubio llena de vergüenza a los cubanoamericanos que se ganaron una reputación de tener una ética de trabajo duro con su terrible historial de asistencia al trabajo. La excusa que él ha dado para su ausentismo, que ha establecido récord: el Senado federal es ineficiente, y es una pérdida de tiempo.

Pero él va a volver a postularse, según él, a petición del público.

A él se le ha olvidado en seguida que, en su propio pueblo, el hijo cubanoamericano de Miami no pudo llenar ni la zona de anotación del Milander Stadium en Hialeah, la ciudad con la segunda población de cubanos del mundo, cuando se postuló a la presidencia. Lo cual podría explicar el porqué, cuando retiró su candidatura, lo primero que hizo fue presentar un proyecto de ley para quitar beneficios a los inmigrantes cubanos.

Para la mayoría de los republicanos cubanoamericanos, Miami-Dade es territorio de Jeb Bush.

Bush, que habla español con orgullo y asume con el mismo orgullo el legado hispanoamericano de su familia. Bush, que no se ha vendido a la retórica del movimiento Tea Party para ganar votos. Los cubanoamericanos preferirían ver a Bush postularse al Senado que a Rubio, sin lugar a dudas.

Hay algo de justicia poética en la ironía de que la reelección de Rubio podría estar en manos de Trump, manos que Rubio describió como “chiquitas” en uno de los debates tipo reality-TV de las primarias republicanas.

 

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