El calvario de los cubanos deportados al volver a la isla

Como otros que se habían ido al extranjero, Yoandy Boza Canal se sentía un extraño en su pueblo natal: negocios que habían cerrado o vecinos que se habían ido, el sol calentaba demasiado, sus perspectivas eran demasiado sombrías.

Cuando se bajó del avión hace dos semanas en La Habana, recién llegado de Colombia, se echó a llorar, pero no de alegría.

“No podía creer que estaba aquí de regreso”, dijo Boza, de 23 años, quien abandonó Cuba el año pasado con la esperanza de llegar a Estados Unidos. “Si pudiera hacerlo otra vez, lo haría. Irme no fue lo duro. Lo que es duro es estar de regreso”.

A medida que oleadas de cubanos continúan huyendo de la isla, deprimida económicamente, atraídos por el Sueño Americano, se han convertido en un dolor de cabeza para varios países en el continente.

Desde octubre, la Guardia Costera ha impedido a más de 2,300 cubanos llegar a Estados Unidos, y la mayoría fueron devueltos a la isla.

En los últimos meses, Nicaragua, Costa Rica y Panamá han cerrado sus fronteras a los cubanos indocumentados. Y naciones que antes se hacían de la vista gorda ante los viajeros desesperados están cerrando sus puertas. En Colombia, por lo menos 2,500 cubanos han sido capturados mientras entraban ilegalmente al país en lo que va de año, y el año pasado fueron unos 6,200.

En la mayoría de los casos, a los que son capturados se les da una fecha límite para salir del país o son devueltos a su último punto de entrada. Algunos, sin embargo, son deportados a la isla que ellos arriesgaron tanto para abandonar.

De cierto modo, Boza tuvo suerte. No estuvo fuera suficiente tiempo para que lo despojaran de sus privilegios como ciudadano, los cuales incluyen cuotas de arroz, frijoles, manteca y azúcar. Pero dice que perdió todo lo demás.

Vendió su puesto de frutas y vegetales para financiar su pasaje a Ecuador, punto de partida para muchos inmigrantes cubanos. Ahora, ocho meses más tarde, está de vuelta sin otra cosa que tres mudas de ropa y una mochila.

“A los hombres les es muy difícil conseguir trabajo en este pueblo”, dijo su madre. “Y el campo es demasiado duro, él es demasiado joven para eso”.

PARA OTROS ES MÁS DURO

Alquízar, un pequeño poblado agrícola, está a menos de dos horas de la capital, pero está muy lejos de la conmoción sobre la mejoría de relaciones entre Washington y La Habana. Aquí no hay turistas adinerados impulsando la economía; la mayoría de la gente tiene que sobrevivir con sueldos de alrededor de 250 pesos cubanos al mes, el equivalente de $11.

“Este pueblo está peor que hace ocho meses”, dijo Boza. “Está yendo para atrás”.

Para otros deportados, el regreso es aún más precario.

Virginia, de 19 años, se fue de Cuba hace tres años para unirse a su familia en Ecuador. Allí se las arregló para conseguir permiso de trabajo y encontró empleo como camarera en restaurantes mexicanos y chinos.

Pero después de que un terremoto de magnitud 7.8 causó en abril más de 600 muertes y la destrucción de gran parte del país, dijo que un nacionalismo opresivo cundió por la capital.

“Ni siquiera con mi permiso pude encontrar trabajo”, explicó. “La gente me decía: ‘No estamos contratando a extranjeros, sólo a ecuatorianos’ ”.

Virginia aceptó hablar siempre y cuando su verdadero nombre o detalles de su identidad no fueran publicados, por razones que quedarán claras.

Al ver reducirse sus ahorros y sus perspectivas en Quito, Virginia decidió seguir al resto de su familia, que ya había hecho el viaje por tierra a Estados Unidos: una agotadora odisea de 3,000 millas atravesando siete países. El 26 de mayo, se tiñó de negro su cabello rubio para mejorar sus posibilidades de pasar inadvertida y subió a un bus con destino a Colombia.

Ella y su acompañante planeaban llegar al pueblo norteño de Turbo, donde más de 200 cubanos se han refugiado desde mayo, cuando Panamá cerró su frontera. Desde allí, ellos tenían la esperanza de cruzar la frontera sin ser detectados o esperar por un milagro político, como los vuelos organizados por Costa Rica y Panamá para enviar a los cubanos al norte.

En lugar de eso, a Virginia y su acompañante los sacaron de un bus cerca de Manizales y los llevaron frente a funcionarios de inmigración. Aunque Virginia tenía la residencia ecuatoriana, no tenía familiares allí y era considerada menor de edad, de modo que la pusieron en un avión con rumbo a La Habana.

Pero ella había estado fuera de la isla tanto tiempo que había perdido sus derechos como ciudadana. Entre otras cosas, eso significa que su madre, que tiene dos trabajos en Tampa empacando tomates y limpiando oficinas, no puede mandarla a buscar mediante el trámite de reunificación familiar.

Recuperar sus derechos puede demorar hasta seis meses, y Virginia dijo que tenía miedo de que si las autoridades se enteraban de que ella había hablado con la prensa podrían obstruir el proceso.

“Ahora tengo que ‘repatriarme’ en el país donde nací”, dijo. “Yo perdí todos mis derechos como cubana”.

LO QUE DEJARON ATRÁS

Mientras Boza y Virginia estuvieron fuera del país, tuvieron acceso fácil a internet — una novedad para los cubanos — de modo que están al tanto del debate en Estados Unidos sobre la viabilidad de mantener la Ley de Ajuste Cubano, la cual brinda a los cubanos un camino legal a la residencia permanente después de un año de haber llegado a Estados Unidos.

El senador republicano Marco Rubio ha dicho que la ley tiene que ser reformada para impedir que se aprovechen de ella. Y algunos países en Centro y Sudamérica Central culpan a esa política por el flujo de inmigrantes que ha sobrepasado su capacidad de prestar ayuda.

Boza dijo que esa política era “la única salvación” para los cubanos, pero dijo que él y otros no se oponen a las reformas.

“Que eliminen los beneficios, pero que nos dejen tener [derecho a trabajar]”, dijo. “Yo no necesito ayuda [monetaria], yo puedo buscarme mi propia comida; lo único que necesito son los papeles”.

Boza y Virginia dijeron que no hay estigma alguno por ser un deportado en Cuba. Ellos conocen a muchas personas que trataron de irse de la isla y fracasaron. En el 2014, Boza y algunos amigos suyos construyeron una balsa en la manigua a unas 7 millas de la costa. Usaron bueyes para arrastrar el barco a la costa en medio de la noche, pero que se rompió antes de que pudieran echarla al mar.

Virginia dijo que haber vivido en el extranjero le abrió los ojos al mundo de centros comerciales espléndidos, mercados llenos de productos y posibilidades de trabajo.

Al preguntarle si pudo traer algún recuerdo de Ecuador, ella se encogió de hombros.

“Nada más que la amarga experiencia que sufrimos”, dijo. “Y los recuerdos que tengo en mi cabeza”.

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