La toma de La Habana por los ingleses. Acciones y consecuencias extramuros

Waldo Acebo Meireles

Más de 250 años han pasado desde que se produjo ese acontecimiento, que dejó profundas huellas, y en la que Cuba, más bien La Habana, por 11 meses dejó de ser colonia de España, mucho se ha escrito sobre este asunto pero aquí lo abordaremos desde otro punto de vista.

Al producirse el ataque inglés contra la fortificada ciudad de La Habana, todo el territorio que quedaba fuera de sus murallas se convertía de hecho en zonas avanzadas para la defensa o, desde otro punto de vista, y según las operaciones militares, en la retaguardia.

El territorio al sur de La Habana, desempeñó ambos papeles en distintos momentos del asedio y defensa de La Habana.[1]

  • Acciones de defensa avanzada.

 Existen pocos documentos que testimonien acciones combativas en el territorio extramuros, sin embargo las peculiaridades del mismo, con elevaciones de interés militar en las proximidades al sur de la ciudad, más algunos datos existentes, nos hacen suponer que en la región se produjeron acciones de alguna importancia.

Por ejemplo en el Libro de Defunciones de la parroquia del Calvario el cura Pedro Castro Palomino, que procedía de una importante familia habanera, dejó anotado, entre julio y agosto de 1762, el enterramiento de 14 defensores vecinos del Calvario entre ellos 6 criollos nacidos en esta localidad, dos de origen canario, y tres negros y pardos libres también vecinos del lugar.[2]

El cura Castro Palomino pasó a desempeñar las funciones de Capellán de las tropas locales, asumiendo las funciones de la iglesia el cura de Jesús del Monte que había sido evacuado hacia el Calvario. Todo ello nos hace suponer que las milicias de esa localidad no sólo se aprestaron a la defensa, sino que realizaron varias acciones combativas en donde sufrieron las bajas señaladas.

Otro elemento que nos permite suponer acciones en el territorio extramuros fue la retirada que efectuó el coronel Caro, desde las lomas de Jesús del Monte y del Mazo, hacia la loma de San Juan, donde hoy se encuentra el Hospital Aballí. Con esta retirada, efectuada el 25 de junio, el jefe español ponía nuevamente de manifiesto su posición vacilante y nada heroica, lo cual contrastaba con la actitud de los criollos.

Una nueva evidencia de la participación de los vecinos del territorio extramuros en la lucha es una carta del propio coronel Caro, con fecha 18 de junio, a pocos días de comenzada las acciones, al Gobernador Juan del Prado, en ella se dice que la gente de campo se presenta a combatir como voluntarios pero carecen de armas de fuego, señalando a continuación: “En Managua y San Juan puede ser (que) haya algunos con escopetas”

Aunque no podemos asegurarlo hay suficientes evidencias para suponer que el caudillo “Pepe” Antonio y sus milicianos realizaron operaciones combativas en la zona y no sería descabellado suponer que haya integrado a los milicianos del territorio a sus fuerzas guerrilleras.

También tengo la certidumbre de que el Castro Palomino[3] que le escribiese a Nicolás Joseph de la Ribera, uno de los primeros historiadores de Cuba, una carta describiéndole la defensa de La Habana y la tragedia que para los habaneros significó la capitulación; fue precisamente el párroco del Calvario y capellán de las milicias. En esa carta se refleja el valor de los criollos, por ejemplo al señalar: “tan lejos estuvo de amedrentarse nuestra gente, (…) que clamaban a gritos por salir a campaña”.

  • En la retaguardia

 Al producirse el sitio y bombardeo de La Habana por la flota inglesa, se decidió la evacuación de parte de la población, en particular mujeres, niños y ancianos, frailes y monjas; estos, protegidos por cinco hombres armados, e iluminados por la llamas de los barrios extramuros incendiados, salieron al anochecer de la amurallada ciudad en búsqueda de refugio en las poblaciones cercanas a la capital. Entre estas estaban el Calvario, Managua y Santiago de las Vegas.

El viaje fue largo y penoso, bajo un fuerte aguacero que convertía los caminos en lodazales, haciendo aún más difícil la marcha. Las largas filas avanzaban temerosas de ser atacadas por los ingleses, por lo que el miedo, el cansancio y lo difícil del camino agotó a los que buscaban refugio, los cuales fueron recibidos cariñosamente en las mencionadas localidades a pesar de lo escasos recursos que ellos mismos poseían.

Los refugiados fueron ubicados en las estancias, ingenios y en las poblaciones, recibiendo cada uno un real y dos al cabeza de familia para ayudarlos en su manutención.

El 10 de junio se designó a Juan Ignacio Madariaga, Capitán del navío “El Tigre” y capitán de bandera del General de la Escuadra, Marques del Real Transporte, como comandante General y Gobernador Subdelegado de la Isla, para todo lo que ocurriese fuera de la ciudad sitiada. Con ese fin Madariaga se situó en el ingenio ‘Marrero’, en las proximidades de las alturas de Managua y desde allí organizó el abastecimiento de víveres y municiones que llegaban desde otros lugares de la isla.

Por tanto práctica, como legalmente, Managua se convirtió en lo que pudiéramos llamar la sub-capital de Cuba, y ese carácter lo mantuvo hasta dos semanas después de la rendición de La Habana, cuando las tropas inglesas ocuparon Managua.

El ingenio y sus cercanías fueron fortificados y se emplazó artillería para la defensa del lugar ya que al mismo no sólo se llevaron diversos objetos y cuantiosos fondos del gobierno, sino que además sirvió como cárcel provisional para los prisioneros ingleses. Sobre este último aspecto se conserva un diario de autor desconocido que el día 17 de julio, entre otros hechos deja anotado el siguiente:

“… los que vinieron del Puerto Príncipe [Camagüey] fueron a Guanabacoa y hallaron muchos enemigos enfermos, y los llevaron al pueblo de Managua, en donde habían cerca de 800 prisioneros, quienes se habían rebelados contra los nuestros, y les costó muy caro pues quedaron muy pocos vivos.” [4]

Demostrativo también de la peculiar situación de Managua fue la captura de dos espías ingleses, los cuales fueron ajusticiados, uno ahorcado en una mata de aguacate que existía en la plaza de la iglesia y el otro fusilado en el batey del propio ingenio Marrero.[5]

Consideramos que el rol más importante desempeñado por el territorio fue el de aprovisionamiento de la ciudad sitiada. Don Lorenzo Montalvo, dueño del ingenio ‘Ojo de Agua’, en el Calvario, entregó, sin pedir pago alguno, bueyes, herramientas e incluso su dotación de esclavos, de los cuales murieron 23 en las tareas de defensa, arruinándose con ello su ingenio.[6]

Gonzalo Recio de Oquendo, de quien tendremos que hablar nuevamente, y que poseía un ingenio en Managua, fue el encargado de aprovisionar de alimentos al ejercito y las milicias, lo cual realizó acopiando reses en San Juan, Calvario, Managua y Santiago de las Vegas. Su excelente labor fue reconocida en el acta del Cabildo del 20 de agosto de 1762.

  • Situación después de la capitulación.

 Existen documentos que reflejan que otros ricos propietarios del territorio, como Don Jacinto Tomás Barreto y Baltasar Sotolongo, con ingenios y tierras en Managua y el Calvario, manifestaron su oposición a los ingleses desde el inicio de la ocupación. Por ejemplo la negativa de Sotolongo a entregarles a los ingleses los fondos, que como tesorero tenía bajo su custodia, motivó que estos en represalia le incendiaran su ingenio ‘Carbonera’ en el Calvario. Ello no intimidó a Sotolongo que entregó los fondos, unos 16 mil pesos, al Conde de Ricla, después de restaurado el gobierno español en La Habana.

Lorenzo Montalvo se negó a aceptar los acuerdos de capitulación lo cual le valió que, al finalizar la ocupación inglesa, le fuese concedido el título de Conde de Macuriges y el cargo de Intendente de Marina, la perdida del ingenio ‘Ojo de Agua’ quedó ampliamente compensada económicamente, pero los muertos lo pusieron los esclavos.

No fue igual el destino de Recio de Oquendo quien colaboró con los ingleses, con igual eficacia que la desempeñada en el suministro de las tropas españolas y las milicias que defendieron La Habana. Por ello fue una demanda popular, al concluir la ocupación, el reclamar que fuese ajusticiado por traidor. Sin embargo gracias a sus buenas relaciones logró que solamente fuese deportado, por poco tiempo, terminando su vida como Marqués de la Real Proclamación y dueño de diversas propiedades, entre ellas un ingenio en Managua.

Entre el 15 y el 16 de agosto se completó la ocupación del territorio por las tropas inglesas, y fueron hostigadas por partidas armadas que se movían alrededor de La Habana, el sur del territorio con sus lomeríos y montes fue zona regular de cobijo para esas partidas.

Pero no todo fue odio y rencores, como dato curioso anotamos que en el Libro de Bautismos y de Matrimonios de la iglesia de Managua quedó registrado el bautismo de un inglés, que así aceptaba la religión católica para poder casarse con, la que suponemos una bella joven, de ese poblado.[7]

 

 

[1] El fenómeno de un enfoque habanero de la historia nacional, de larga tradición que se remonta a los primeros historiadores, deja en la oscuridad aspectos que iluminan los procesos históricos con otra luz, en este caso particular los elementos recopilados brindan una visión más humana y quizás más terrible de un hecho que sin dejar de haber sido ampliamente tratado no ha brindado todo el contexto del hecho histórico.

[2] Que en menos de dos meses [los combates terminaron el 12 de agosto] murieran 14 personas, sin considerar los posibles heridos de los cuales no tenemos ningún dato, es un indicador de la violencia de las acciones; para tener una visión de la magnitud del drama supongamos que la población actual de Cuba perdiese la misma cantidad relativa de personas en combates, esto representaría unas 90,000 muertes en menos de dos meses, una total catástrofe. El número de heridos no debió ser mucho menor a esa misma cantidad de 14, si aplicamos la correlación muertos/heridos de las tropas de la Unión en la Guerra Civil de Norteamérica, que son los datos comparativos más cercanos a la época, y los más confiables, que contamos. Los otros tres muertos de los cuales no se señala origen, o procedencia, posiblemente eran esclavos, fue un hecho común durante los enfrentamientos que participaran esclavos, o quizás vecinos de otras localidades por lo cual el cura Palomino carecía de información para efectuar el completo registro en el Libro de Defunciones y Enterramientos.

[3] En nuestra búsqueda de información, en Cuba, sólo encontramos un Castro Palomino entre los eclesiásticos de esa época; sin embargo utilizando las posibilidades que da la Internet encontramos otro: el padre Miguel de Castro Palomino, vicario general de la iglesia del Ángel Guardián en 1772, sin embargo seguimos pensando que fue D. José Agustín de Castro Palomino, quien pronunció el elogio fúnebre del obispo Morell y Santa Cruz, emparentado con Calvo de la Puerta y que fuera secretario de cámara y de gobierno en la Audiencia de Santo Domingo (su firma aparecen diversos documentos de 1775 a 1780). Según Trelles, escribió en 1783 una Breve descripción de la Isla de Santo Domingo, en veinte y cinco hojas.

[4] Sin lugar a dudas que esto debe ser una exageración, tanto por el número de prisioneros como el de que quedasen muy pocos vivos.

[5] Las diferentes formas de ajusticiamiento nos hacen suponer que el ahorcado no era inglés y por tanto recibió tratamiento de traidor y fue ajusticiado públicamente, mientras que el fusilado recibió un tratamiento más “honorable” y en privado.

[6] La participación activa, e incluso combativa, de los esclavos es un hecho sumamente documentado, lo que no está establecido es qué impulsó a los esclavos a arriesgar su vida defendiendo un régimen que los oprimía bárbaramente. ¿Se les prometió la libertad? ¿Se les amenazó? ¿Se les engañó? No hay una respuesta. Por otra parte la muerte de 23 esclavos propiedad de Montalvo supone que alrededor del 57 % de la probable dotación fue exterminada, lo cual representa una cifra increíble, y explica la ruina del ingenio ‘Ojo del Agua’, ya que en definitiva era la dotación de esclavos el capital productivo básico de cualquier ingenio de esa época.

[7] Los casamientos, o uniones, entre las habaneras y los ingleses no fue un hecho poco común, y fue muy censurado, como se refleja en el siguiente fragmento: “Sin embargo en este corto tiempo no dejamos de llorar el desorden de algunas mujeres que abandonando su religión, su honor. sus hijos y su patria, se han embarcado con ellos, y dos que contrajeron matrimonio según el rito protestante” Un Jesuita habanero al Prefecto Javier Bonilla, de Sevilla [La Habana 12-12-1763]

Por aquella época se cantaba la siguiente tonadilla:

 

  Las mujeres de La Habana

no tienen temor de Dios

pues se van con los ingleses

en los bocoyes de arroz.

En descargo de las sufridas habaneras del siglo XVIII, las cuales no debemos suponer como “proto-jineteras”, digamos que por esos años el encontrar un “buen partido” era algo bastante difícil, los matrimonios ajustados y arreglados llevaban años, múltiples gestiones y complejos análisis, y en muchos casos los planes culminaban en la entrada casi forzosa de la frustrada casadera en un convento. Pienso que eso pone todo el asunto en otra perspectiva.

El caso de la managüense y el inglés probablemente fue atípico ya que ella no abandonó su religión sino que fue el inglés el que renunció a la anglicana para adoptar la católica romana: de seguro que la joven valía cualquier excomunión.

Acerca del autor

Waldo Acebo Meireles
(La Habana, 23 de noviembre de 1943 - Hialeah, 23 de abril de 2022). Profesor de Historia, recibió la Orden Félix Varela por sus aportes a la enseñanza de la Historia de Cuba al introducir en la misma la enseñanza de la Historia Local. Es autor del manual para los maestros y profesores de las vías de vinculación de las historias locales a la enseñanza de la historia nacional. Contribuyó a la redacción de los textos de Historia para la enseñanza media. Como asesor del Instituto de Geodesia y Cartografía redactó el Atlas de Historia Antigua y Medieval. Autor de la Historia del Municipio de Arroyo Naranjo. Presidió la Comisión de Historia de la Provincia Habana. Fungió como vicepresidente de la Unión de Historiadores de Cuba. Como profesor invitado del Instituto Pedagógico para América Latina impartió cursos de post-grado y maestría. Hasta su fallecimiento trabajó en la investigación de la historia de Hialeah donde residió desde su llegada a los EE.UU.

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