Por Karl Vick | Fotografías de Lisette Poole
Waldo Acebo Meireles realizó la traducción y versión del artículo publicado por la revista TIME de setiembre 24 2016 págs. 69-75
La ruta más corta entre Cuba y los EE.UU. es de 90 millas. Pero eso es a través del Estrecho de la Florida, y Liset Barrios se pone nerviosa en un barco. Así el 13 de mayo, abordó el vuelo 295 de Copa Airlines, lo que desencadenó el camino más largo, un camino muy largo. El viaje cubrió 8.000 millas, tomó 51 días y, en este camino, se evidenció esta ruta apartada y oscura en esta ola histórica de la migración humana.
La ONU dice que aproximadamente 244 millones de personas viven fuera de sus países de origen, la mayoría como trabajadores huéspedes legales en las naciones vecinas. Sobre 21 millones son refugiados que huyen de la guerra o la persecución. Varios millones más, nadie sabe el número exacto, son «migrantes irregulares» que tratan de mantenerse fuera de la vista en su camino desde un lugar pobre, con escasas oportunidades, hacia uno más rico, con más oportunidades.
Liset y su vecina Marta Amaro, que viajaba con ella, están en un subconjunto semiprivilegiado de irregulares. Puesto que al ser presuntamente cubanos por la ley de EE.UU. al estar sufriendo bajo el yugo del comunismo, serán bien recibidos cuando llegan, siempre y cuando lleguen por tierra, o pisen suelo norteamericano. El problema es que ninguno de los países cercanos a los EE.UU. permite la entrada a un cubano sin visado.
Por lo tanto, es que Liset, Marta y la reportera gráfica Lisette Poole aterrizan a las, 1:39 p.m. en Georgetown, la capital del pequeño país de América del Sur de Guyana, el país más cercano donde los cubanos no necesitan visa. Su plan es conseguir un hotel y explorar alrededor a un traficante de personas, pero ni siquiera tiene que salir del aeropuerto. Al desembarcar, otro cubano les dice que tiene un contrabandista esperando fuera. «Es algo que ya está ahí», dice Liset del río de los migrantes al que las dos mujeres entran en ese momento. «Y uno tiene que tener la suerte de estar ahí en el momento adecuado para entrar, para que todo fluya.»
Esa misma noche, se embarcan en una furgoneta en un viaje de 18 horas a Brasil, la ruta más directa hacia los EE.UU., después de haber sido descartado el paso noroeste a través de Venezuela porque el país es tremendamente peligroso. (El río migrante sigue el camino de menor resistencia.) Cruzan la frontera hacia Brasil en canoa, a continuación, hacen el camino a Manaos, en el corazón de la selva tropical. Abordan un avión al sudoeste de Brasil, ahorrando las 22 horas del viaje por tierra, y contratan a un taxi hacia la frontera de Bolivia, un rincón remoto por el cual cruzan en el camino al Perú.
El autobús cruzando sobre los Andes a Lima cuesta $ 150. Hasta ahora, cada una ha gastado $ 2.300 de los casi $ 8.000 que el viaje va a terminar costando por persona. La mayor parte del camino, Liset, de 25 años, paga por Marta. La mujer más joven tiene un novio en Chicago, que se enamoró de Liset durante una visita a La Habana. En Cuba, los turistas utilizan un peso especial que vale 26 veces la moneda utilizada por cubanos de a pie.
Haciéndose amiga de turistas masculinos con dinero para gastar, una posición que a menudo pasa de acompañante a novia, Liset logró vivir relativamente bien, después de vivir en un contenedor de transporte. Marta, de 53 años, hacía $5 por día trabajando en cafeterías, hospitales y por un tiempo, en un asilo. Ambas mujeres querían una vida mejor, y el novio ofreció llevar a Liset al norte. «Nuestro plan era ayudarnos una a la otra», dice Marta.
En el camino de los migrantes modernos, las mujeres viajan con teléfonos inteligentes, y contactan con la familia cuando llegan a un lugar con wifi, que el hostal en Lima tiene. Al anochecer de ese día abordan un autobús hacia Ecuador, donde Liset convence a los agentes de inmigración que su camino va más allá. El primer autobús en Ecuador está lleno de haitianos, que después del terremoto de 2010 también han recibido una dispensa temporal para entrar en los EE.UU. Incluso hay bangladesíes [oriundos de Bangladesh, la antigua Bengala], que comenzaron su viaje cerca de 11.000 millas de distancia.
Cruzan a Colombia en caballo, negocian el paso más allá con una patrulla militar y suben una cuesta a un restaurante de pollo, donde el próximo coyote, en el argot de Latinoamérica se refiere a los contrabandistas, está esperando. Cada movimiento que hacen los migrantes se encuentran con la instrucción de los coyotes, quienes les envían texto y fotos del próximo contrabandista para que los migrantes sepan a quién buscar en la siguiente parada. «En todos los países te dicen que te tienes que esconder», Liset dice, «pero creo que esa es su manera de asustar a uno, ya que sienten miedo de que uno se escape de sus manos.»
Colombia, desgarrada por la corrupción y el conflicto, es muy difícil, sin embargo los migrantes fluyen continuamente. Esa noche, después de un día en una «casa de seguridad», Liset y Marta se unen a una docena de personas debajo de la lona de un camión cargado de patatas. La fotógrafo Poole monta en la delantera con el conductor y un coyote. «Ellos intercambian historias de migrantes como si fuesen consejeros de campo», escribe en sus notas.
En un motel, los viajeros se agrupan por nacionalidades. Toman un bus a Medellín, esperar unos días y suben a un autobús nocturno hacia Panamá, aumenta la tensión mientras América del Sur se estrecha hacia el istmo. Montan motocicletas y en un barco cruzan una entrada, en un viaje de dos horas, cambian a un caballo y a un carromato y se duchan en un preescolar antes de llegar a un campamento, donde se reúnen con los cubanos que se encontraban en el avión en que partieron de La Habana.
Se han quedado sin carretera. En Panamá comienza la interrupción del Darién, una densa selva 30 millas de ancho y 100 millas de largo. Duermen en un campamento con guías y hombres jóvenes de Nepal y el Punjab, lo que evidencia no son sólo los latinoamericanos los que intentan entrar en los EE.UU. desde el sur. (Lo que va de año fiscal, 448 armenios se han presentado en los cruces; la Patrulla Fronteriza ha capturado 2.130 chinos y 1.863 rusos.)
La caminata es brutal, corriendo por las cuestas empinadas llamados Adiós mi ciudad y Cerro de la Muerte. «Yo quería que la tierra me tragara,» dice Marta, quien se lesionó la pierna el primer día. «Yo no pensaba que iba a lograrlo.»
Se desplazan hacia el oeste, cruzando el mismo río que se curva una y otra vez. Las mujeres están separadas, y Poole se mueve con un grupo de otros 50. Esa noche, la lluvia lava sus cosas. Las tres terminan reunidas en el sexto día, se presenten a las autoridades panameñas, que verifican sus huellas digitales, en la lucha contra el terrorismo, y las revisan en las bases de datos de criminales y luego permiten a todos seguir adelante.
La jornada en Centroamérica se siente aún más caótica. La coyote en Costa Rica tiene el pelo verde y se ríe cuando se burla de ex funcionarios. Marta abandona el grupo después de una pelea por el dinero. Ella va a llegar a los EE.UU. por sí misma 12 días después de Liset y Poole. A Nicaragua ingresan a caballo, luego caminan por un sendero en la selva marcado por cintas rojas en los árboles de teca; las personas beben agua de los charcos y duermen de pie. Terminan en una camioneta llena de gente con sólo una banda estrecha cortada en el tinte de las ventanillas, cruzan un río en Honduras a pie, a continuación, se introducen en Guatemala de la misma manera. México se alcanza en una balsa.
Al día siguiente, Liset toma un vuelo a la Ciudad de México, luego otro a Matamoros, de ahí a Texas, donde ella se presenta a los agentes estadounidenses en la frontera. Allí le dan un permiso. Un día después, el 3 de julio, ella aterriza en el aeropuerto O’Hare de Chicago, el comienzo de su viaje dentro de Norteamérica.
El novio llega tarde.
Nota del traductor: Localizada en Facebook es evidente que su estadía en Chicago fue muy breve ahora se encuentra en Miami. Aquí se ha reunido con su amiga Marta y la fotógrafo Poole.
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