Por Roberto Álvarez Quiñones
Cuba ostenta un récord continental difícil de superar: en proporción a la población total y su tamaño geográfico (sólo 110,860 kilómetros cuadrados) es el país que más inmigrantes recibió en la primera mitad del siglo XX en un menor período de tiempo y uno de los tres que más emigrantes emitió en la otra mitad de la centuria, y sigue emitiendo en forma espectacular.
¿Qué ocurrió? A la isla le cayó en 1959 la plaga comunista del castrismo, que encima impuso otra plusmarca: la dictadura militar más larga y avasalladora en la historia de las Américas.
Ello debería ser suficiente para explicar por qué casi dos millones de cubanos han emigrado desde que los hermanos Castro asaltaron el poder, y por qué la actual crisis de miles de “balseros terrestres” varados en Costa Rica, en su ruta desde Ecuador hacia Estados Unidos. Ya se acerca a tres millones el total de cubanos o hijos de cubanos que viven en el exterior.
Sin embargo, quienes no han padecido en vivo esta dictadura –mezcla de estalinismo con fascismo y guevarismo– perciben el éxodo de cubanos como una expresión más de la normal emigración por razones económicas desde las naciones menos desarrolladas del planeta hacia el Primer Mundo. Incluso muchos de los cubanos que hoy emigran también creen que lo hacen por razones económicas. Y claro, así lo asegura el régimen de La Habana.
Pero no importan las apariencias, o que los nuevos emigrantes cubanos ya no digan que se marchan al exilio, siguen siendo razones políticas y no puramente económicas las que provocan esta estampida, que constituye un crimen de lesa humanidad del castrismo, pues Cuba ya perdió y sigue perdiendo en forma catastrófica lo más preciado que económicamente puede tener una nación en la era moderna, el capital humano.
Ello va a hacer mucho más difícil y prolongada la reconstrucción del país y su ulterior desarrollo cuando cese la pesadilla totalitaria.
Imán para inmigrantes
Antes de los hermanos Castro Cuba era un gran imán para atraer inmigrantes de Europa, Medio Oriente, Asia, Latinoamérica, el Caribe, e incluso de Estados Unidos. Baste saber que al proclamarse la independencia en 1902 la población del país era de 1.6 millones de habitantes, y desde ese año hasta 1930 llegaron a la isla 1.3 millones de inmigrantes, según las estadísticas del antiguo Ministerio de Hacienda de la isla. Sólo en los últimos seis años de ese período arribaron 261,587 inmigrantes, para un promedio de 43,597 personas por año.
En esos 28 años transcurridos hasta 1930, la avalancha de inmigrantes la encabezaron 774,123 españoles. Luego le siguen 190,046 inmigrantes haitianos y 120,046 jamaicanos, mayormente para trabajar en las plantaciones de caña y la industria azucarera, pues Cuba por esos años se convirtió en la azucarera del planeta. En 1919 la isla tenía ya 2.8 millones de habitantes, según el censo de ese año. O sea, casi duplicó su población en 17 años.
Completaron la lista de inmigrantes en esos 28 años mencionados un total de 34,462 estadounidenses, 19,769 ingleses, 13,930 puertorriqueños, 12,926 chinos, 10,428 italianos, 10,305 sirios, 8,895 polacos, 6,632 turcos, 6,222 franceses, 4,850 rusos, 3,726 alemanes y 3,569 griegos. Todos llegaron para sumarse al auge económico de la isla como inversionistas, empresarios, profesionales, o empleados.
En 1925, con 181 grandes fábricas, Cuba produjo 5.1 millones de toneladas de azúcar (el triple que en 2015) y se consolidó como el mayor productor y exportador mundial de azúcar. La población crecía vertiginosamente y en 1931 era de 3.9 millones de habitantes, 1.1 millones más en sólo 12 años. Entre 1940 y 1950 Cuba exportaba el 50% de todo el azúcar que se comercializaba en el mundo.
Gran ritmo de crecimiento
Y algo fundamental, el capital invertido era cada vez más cubano. En 1939 eran propiedad de cubanos 56 centrales azucareros que producían el 22% de la producción de azúcar, y en 1958 ya eran 121 centrales los que poseían los hacendados cubanos, que producían dos terceras parte del volumen azucarero.
Con el “boom” azucarero despegó el fomento de otras industrias y de toda la economía nacional. Y siguieron llegando a Cuba más inmigrantes de las nacionalidades ya mencionadas, y también libaneses, palestinos, judíos, rumanos, húngaros, filipinos y mexicanos (sobre todo de Yucatán), etc. Y en 1958 había en la embajada de Cuba en Roma 12,000 solicitudes de italianos deseosos de emigrar a la Isla.
Desde fines de los años 40 y durante la década de los 50 se dispararon las inversiones extranjeras y nacionales. Al final de ese decenio Cuba tenía 59 bancos comerciales, de inversión y ahorro, con cerca de 300 sucursales. Todo un record de la época para un país pequeño.
En los 12 últimos años de la república “burguesa” fueron edificadas grandes fábricas de distintas ramas industriales y de minería (extracción de níquel), refinerías de petróleo, viviendas, teatros, cines, restaurantes, puentes, avenidas y autopistas, incluyendo las del Circuito Norte; Circuito Sur, la autopista Monumental, la Vía Blanca, la Vía Mulata y la Autopista del Mediodía, entre otras; así como hospitales y clínicas modernas.
En La Habana se construyeron hoteles, decenas de altos edificios de viviendas, incluyendo el monumental edificio Focsa y el Someillán –los más altos del Caribe–, y para oficinas y negocios; se construyó el túnel de la bahía habanera y otros dos túneles por debajo del río Almendares; se erigieron los soberbios edificios públicos de la Plaza Cívica, así como la Ciudad Deportiva con su Coliseo. Y la ciudad era la capital iberoamericana con más salas de cine.
Con 160,000 automóviles, Cuba era el país de habla hispana con más vehículos (uno por cada 39 habitantes). Ocupaba el primer lugar en aparatos electrodomésticos y en líneas férreas por kilómetro cuadrado. Exportaba más de lo que importaba, y era una de las tres economías latinoamericanas más solvente por sus reservas de oro y de divisas y por la estabilidad del peso, a la par con el dólar. En 1958 el ingreso per cápita en Cuba ya duplicaba al de España e igualaba al de Italia, según datos de la ONU.
Esa fue la nación que confiscaron los Castro. Y cabe preguntarse, de no haber sido interrumpido aquel formidable ritmo de crecimiento económico qué nivel de desarrollo tendría hoy Cuba.
De la nostalgia al olvido
Algo que revela la diferencia entre el antes y después del castrismo es que durante las primeras oleadas de emigrantes cubanos éstos se iban tristes. Llevaban consigo entrañables recuerdos y la nostalgia de haber vivido antes de 1959 en un país que avanzaba, con sus virtudes y defectos, y con libertad económica incluso bajo una represiva dictadura militar como la batistiana. En cambio, muchos de quienes emigraron después, sobre todo en los últimos 25 años, y en particular los más jóvenes, generalmente sólo llevan a cuestas malos recuerdos de un régimen patológicamente represivo, y un empobrecido y desvencijado país que, si no fuera por los familiares que allí dejan, lejos de añorar quieren olvidar.
Hace 2, 360 años, en su obra “Politika” (de la palabra griega polis, que designa lo que es público) Aristóteles ya definió la política como el ejercicio del poder para gobernar y alcanzar ciertos objetivos, basados en una ideología.
Efectivamente, el castrismo se afinca en una ideología totalitaria que asfixia las fuerzas productivas. El Estado es dueño de todo y es el culpable de que no haya empleos suficientes y bien remunerados. La Junta Militar gobernante, represiva por vocación, impide que los ciudadanos empleen su talento para progresar en la vida.
Entonces ¿es o no política la emigración cubana?
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