Alto al fuego entre cubanos

Por WENDY GUERRA – El Nuevo Herald

Estoy sentada frente a la cámara de televisión del canal 41. Félix Guillermo me entrevista en A fondo. Recorre asuntos que normalmente la televisión no se da el lujo de tratar. Por fin hablamos sobre literatura.

La foto que me tomó Silvio Rodríguez para la contraportada de este libro (Domingo de revolución) se abre ante mis ojos y me recuerda quiénes hemos sido. ¿Dónde pongo lo hallado?

Desde mi puesto de invitada descubro a varios colegas que trabajan en el canal y ya no sé dónde estoy.

Arte cubano, poesía cubana, poética de la ficción… Gabriel García Márquez frente al teclado trabajando desde el amanecer hasta las tres de la tarde en su casa de México. Lezama Lima y Virgilio Piñera entran en el plató como una visitación.

Comento mi agradecimiento por tener un espacio para discutir sobre literatura en la televisión de Miami, ese espacio que no tengo en Cuba.

Un momento antes de la entrevista escuchaba hablar en vivo sobre política en un tono muy parecido al lenguaje oficial cubano. Aquí hay libertad de expresión, pero los códigos empiezan a mimetizarse, los polos opuestos se fusionan desde sus acalorados discursos, sus vehementes arengas paralelas. ¿Existirá un equilibrio?

En Publix un empleado me felicita por el lanzamiento del libro. Camino por ciertas calles peatonales donde me reconocen.

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Miro la sala repleta y me pregunto: ¿Cuántos diarios de vida, cuántos libros de ficción basados en historias descarnadas hay en estos rostros?

Cada cubano tiene un best seller como biografía y una tragedia flotando en el alma, personal o colectiva, de esta diáspora. Algunos dicen hola y otros nos dicen adiós.

Todo ha cambiado para nosotros, el público de Miami no es solamente el grupo de intelectuales que te conoce: la internet ha creado una red de lectores entrenados que busca esa combinación de persona-personaje y te sigue adonde vas. Leer a un autor cubano (viva donde viva) es parte del entrenamiento para no perder las raíces, para polemizar y reflexionar con respeto. Este es el público más difícil del mundo, lector nativo, informado y culto al que no puedes engañar con adornos y para el que lo real necesita ser también verosímil. No basta con que sepa que eso te sucedió, ahora necesitas ser creíble dentro de la trama que ha sido también su caldo de cultivo.

Muchas veces pensé qué hubiese sido de mí si mi madre, como muchas de mi generación, hubiese resuelto salir en el ochenta y establecerse en esta ciudad. ¿Cuál sería mi apellido de casada, en qué barrio viviría, tendría hijos y amigos norteamericanos, podría aquí dedicarme a escribir literatura cubana?

¿Quién sería yo hoy? ¿Habría olvidado el español materno?

¿Escribiría tal vez este diario al revés? ¿La Nueva y la Vieja trova serían parte de mi imaginario?

Estos días en Miami he sentido que los lectores, periodistas y colegas residentes en la ciudad se me acercan con profundo respeto. Nadie discute mi determinación de vivir en La Habana y defender mi discurso desde allí.

No he tenido que explicarme o traducirme, poco a poco se van borrando las fronteras: somos cubanos, necesitamos entendernos, leernos, narrarnos desde nuestras diferencias más allá de los gobiernos. Hoy flota en el aire un claro sentimiento, una emoción, el llamado de ambas partes: ¡Alto al fuego!

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