Por Waldo Acebo Meireles
Se rumoraba, todo el mundo sabía, se esperaba, el Presidente de los EE.UU. va a realizar una visita oficial a Cuba, a la Cuba de los Castros. ¡No es fácil!
¿A qué va a Cuba? ¿A consolidar su imagen y su legado? ¿A emular a Nixon en su viaje a la China comunista? ¿A reunirse con la nueva burguesía cubana constituida por merolicos, excarretilleros, dueños de paladares, pizzerías de 3 por 4, cafeterías y otros timbiricheros? No sabemos, lo que sí es seguro es que siguiendo la ruta establecida por el Papa no se va a reunir con las Damas de Blanco, los militantes de la UNPACU ni de los otros grupos contestatarios que deambulan por el país en la espera de un rápido arresto y uno que otro pescozón. Advertencia a esos desaforados: Ni se acerquen a la Calzada de Rancho Boyeros, no es saludable.
El pueblo cubano está de plácemes, era algo que esperaban y deseaban con frenesí, y con ese sensible y exquisito olfato político que han generado en estos últimos 50 y tantos años han acelerado la construcción de balsas, chalupas y otros adminículos flotantes en más o menos condiciones de llegar a las costas norteñas. Otros con “fe” [familares en el extranjero] han redoblado las solicitudes del dinero imprescindible para dar el salto hacia cualquier país que los reciba sin visa, lo cual incluye algunas islas en medio del Pacífico.
Llegará un lunes, un día después de que a las católicas damas le arrebaten los gladiolos y las suban a como dé lugar a las ‘guaguas’ para ellas destinadas en el ejercicio dominical cotidiano, esperemos que en esa ocasión las ‘brigadas de respuesta rápida’ sean más rápidas y efectivas y no dejen que las desaforadas damas griten ¡Libertad! ¡Vivan los derechos humanos! Ya que eso es de mal gusto en víspera de tan magna visita.
Ya nos imaginamos la preparación para este magno e insólito acontecimiento, las banderitas americanas y cubanas sostenidas por los inocentes pioneritos que no desayunaron esa mañana no por la emoción sino porque no tenían el vasito de leche prometido hace varios años; los carteles de bienvenida en manos de los cederistas que hasta no hace mucho gritaban con fervor frente a la otrora Oficina de Intereses, ¡Abajo el Imperialismo! Esperemos que no haya algún desfasado que grite aquello de ¡Yanqui go home! Eso sería muy inapropiado.
Se dice que el muy distinguido visitante dará un discurso que será transmitido por todos los medios de difusión esclavos del régimen, dónde lo dará: ¿En la Plaza de la desconflautación? Con la cívica presencia de los cederistas, los obreros destacados, los internacionalistas, militantes del Partido y otras fuerzas patrióticas y robolucionarias. Sea dónde sea ese emocionante acto de reconciliación, es un decir, lo único que yo le pediría al Presidente de los EE.UU. es que parafrasease a Franklin D. Roosevelt y dijese, en español para evitar errores de traducción, y con voz clara y alta, aunque no sea del todo verdad:
«Tal vez Castro sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta»
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